El 2020 fue un año doloroso. Desde la llegada del Covid-19, se han contagiado cerca de 800 mil personas y han fallecido unas veinte mil en el país. El requisito sanitario de distanciamiento entre las personas trajo enormes costos sociales y económicos. El hacinamiento, la violencia intrafamiliar, el rezago educativo y la pérdida de empleo son algunas de las consecuencias dolorosas de la pandemia, las que, por lo demás, se vieron agravadas en grupos sociales más desventajados.
Felizmente, el año 2021 se augura mucho mejor. El impresionante avance del proceso de vacunación en Chile trae un respiro enorme. Los medios nos han mostrado el alivio y la alegría que las personas y sus cercanos sienten al recibir la vacuna. Científicos y autoridades de la Universidad Católica, el Gobierno, los trabajadores de la salud, los municipios y la propia ciudadanía, entre otros, han sido artífices de este logro.
La expectativa del Gobierno es vacunar a buena parte de la población adulta de aquí al tercer trimestre. La probada eficacia de la vacuna en reducir la severidad de la enfermedad ayudará a evitar hospitalizaciones y muertes. Con ello, podemos esperar el inicio de la recuperación económica, a lo que se agrega una tendencia positiva en el precio del cobre y un mejor escenario económico mundial.
Ser optimistas, sin embargo, no significa no ser cautelosos. Sabemos que no sabemos lo suficiente sobre muchas cosas relevantes de este proceso. Por ejemplo, no conocemos cuánto dura el efecto de las vacunas ni qué protección otorgan a las nuevas variantes del virus que seguirán apareciendo. Tampoco sabemos cuáles son las implicancias de que los menores de edad, que no están contemplados en el plan, no se vacunen.
Tampoco está en nuestro control el avance en la vacunación que otros países logren —a completarse no antes del 2024 según la OMS—. Mientras más tiempo tomen, más chances habrá de que aparezcan nuevas variantes del virus con los efectos que implica para la población mundial.
Asimismo, vacunar no es solo un desafío tecnológico y logístico, también es un desafío social. Necesitamos que buena parte de la población esté disponible a vacunarse con las dosis necesarias. A la fecha, alrededor de un 30% de las personas en los grupos cubiertos está rezagado. Y quizá cuántos de los que no están en los grupos prioritarios tienen dudas y requieren de apoyo para participar en el proceso.
Luego, así como hubiese sido bueno tener un plan de comunicación clara de parte de las autoridades para el cuidado ante el covid-19 —en vez de uno basado en sanciones que, en contextos como el actual, daña la relación entre la ciudadanía y la autoridad—, es importante tener uno para lograr la inmunidad de grupo. Quienes trabajan en salud pública saben muy bien que en estos ámbitos no basta con informar para conseguir las conductas deseadas.
¿Qué preocupa a las personas?, ¿cuáles son los motivos por los cuales vacunarse pueda producirles ansiedad? ¿Existen barreras que dificultan acercarse a un centro de vacunación, como el horario de atención o la infraestructura? ¿Cómo se les comunica a los más jóvenes, que tienen menos percepción de riesgo individual, que se trata de cuidarse entre todos? Una comunicación clara requiere considerar preocupaciones y dudas, explicar las decisiones tomadas por la autoridad y abordar de manera oportuna los problemas que se presenten.
También es necesario realizar una vigilancia genómica del virus, como ya lo hacen otros países, para comprender cuáles de sus variantes están presentes en el país y así hacer un buen trabajo de trazabilidad, además de adelantarse a las manifestaciones que tendrán en la población infectada y obtener las vacunas más efectivas. La Sociedad Genética de Chile y otras sociedades científicas están impulsando la creación de un consorcio de laboratorios que podría hacer este trabajo, pero se requiere del apoyo estatal para su financiamiento y acelerar la implementación.
El año pasado fue un año más doloroso de lo necesario. Se cometieron errores por no adaptar los planes, a pesar de que la información iba evolucionando. En marzo del 2020, el Presidente Piñera dio varias entrevistas augurando que el peak de contagios se alcanzaría a fines de abril o principios de mayo. Toda la política pública se modeló en torno a ese juicio: las vacaciones de invierno se adelantaron a abril y se entregaron pocos fondos de apoyo, a unas pocas familias y por poco tiempo. Hacienda insistía entonces en guardar ‘los cartuchos’ para una recuperación que vendría pronto y se mantuvo firme en un plan fiscal que habría implicado reducir el gasto público en un 8% este año.
Solo en junio, luego de las propuestas sociales y económicas empujadas por el Colegio Médico, el Gobierno estuvo disponible para adaptar su plan fiscal. No es de extrañar que hayan postulado más de 1.000 proyectos de alimentación (ollas comunes en general) a un fondo especial de Fosis y otros 700 a uno de la Fundación Colunga.
El proceso de vacunación a la fecha parece exitoso. Pero, como nos enseña la experiencia del año 2020, vale la pena, por un lado, fortalecerlo para seguir en la senda que hemos comenzado y, por el otro, preparar estrategias alternativas en caso de que las cosas no funcionen como lo esperado. En particular, es central reforzar las conductas de cuidado y hacerse cargo de las dificultades que enfrentan las personas en la vacunación.
Publicada en El Mercurio.