En 1818, Percy B. Shelley escribió su soneto más famoso que, parafraseando la inscripción de Ramses el Grande, es interpretado como expresión de la decadencia del destino humano: «Y en el pedestal se leen estas palabras: / ‘mi no es Ozymandias, rey de reyes:/ ¡Contemplad mis obras, poderosas y desesperad!’/ Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia/ de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas/ se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas». Su texto ha sido utilizado por la cultura pop en diversos momentos. Quizá la más conocida es la última temporada de Breaking Bad, cuando Walter White lo lee en voz alta, en un capítulo que -llamado igual que el poema- muestra como la avaricia que se apoderó de él derrumba el imperio que construyó.
La «Ozymandias» de Shelley ha sido entendida como la advertencia de que los logros obtenidos pueden desaparecer frente a nuestros ojos cuando sometemos la vida a un destino único, con dogmas inflexibles. Podemos transformar todo en cenizas si no entendemos que no basta con contemplar las «obras» del pasado y ostentar soberbiamente de ellas.
Es indispensable reconocer que, para seguir construyendo un futuro común, este debe ser un compromiso colectivo, y no la tarea de algunos iluminados.
Algo de eso es lo que recuerda la encuesta CEP conocida la semana pasada. A la élite política, intelectual y empresarial del país aún le cuesta comprender cómo es posible que todo se haya transformado tan radicalmente después del 18 de octubre, considerando las obras generadas, el progreso y el bienestar material conseguido hasta ahora . Esa incomprensión es común en una parte importante de la derecha y de la ex Concertación, que considerada injusta la crítica a los logros de la transición. Los datos de la encuesta son un golpe brutal para la legitimidad de las instituciones y revelan la incompetencia de toda la clase política para entender las demandas públicas.
Por eso quizá la crisis también es generacional. Porque quienes han detentado el poder hasta ahora, como Ozymandias, se sienten orgullosos de sus obras; en cambio los jóvenes -como suele suceder con todas las turbulencias políticas de la historia y en la última década en distintas partes del mundo- ven en ellas un pasado desnudo, solitario y que no los representa.
Pero en esos datos hay, también algo de esperanza. Los chilenos siguen siendo fieles a la democracia y, mayoritariamente, piden a la política lograr acuerdos para salir de esta crisis. El símbolo de aquello es el proceso constituyente, el único que nos puede alejar de la soberbia de Ramses y de la avaricia de Walt