
Ya empiezan las vacaciones del Presidente y sus ministros, completando la parte sustancial de su primer año de gobierno. Un año comunicacionalmente muy positivo, en que han logrado instalar una serie de mensajes: el trabajo prelegislativo o las comisiones técnicas ahora son «mesas de los grandes acuerdos nacionales»; la responsabilidad social empresarial es el «compromiso país»; volver a seleccionar alumnos en educación es «admisión justa» y rebajar impuestos a las personas de mayores ingresos es una «modernización tributaria», entre otros slogans que nos dejan estos primeros 11 meses.
En su mayoría se trata de anuncios lejos aún de concretarse, a los que todavía podemos dar el beneficio de la duda respecto su resultado final. Pero el tiempo se acaba y la paciencia también, sobre todo considerando que los resultados no llegan: la Bolsa tuvo su peor año en cinco años y el desempleo no despega; sumado a la crisis en Carabineros y la Araucanía, donde la muerte de Camilo Catrillanca y el aumento de incidentes (de más del 107%) parecen anunciar un nuevo fracaso en la zona; finalmente, vimos a redadas masivas, con ministro y Presidente incluido, pero sin efecto alguno en materia de seguridad ciudadana.
Es preocupante que los esfuerzos comunicacionales y de puesta en escena sean solo eso y no estén alineados con los contenidos de los proyectos; que se disfracen anuncios de resultados. Si a esto le sumamos una oposición inexistente, que solamente reacciona para anotarse pequeñas victorias, tenemos el escenario perfecto para seguir alejando a la ciudadanía de las políticas públicas que afectan su vida.
En un contexto de desprestigio de la política, y de desapego de la ciudadanía del debate público, todos los actores debemos estar a la altura. Comunicar adecuadamente, debatir sin descalificar y usar la evidencia disponible son un mínimo para avanzar en reformas relevantes para todos. Ojalá el 2019 nos pongamos al día, todavía estamos a tiempo.