La representación política no es un acto estático, que ocurre solo en el momento de las elecciones. Requiere acciones constantes de los representantes para estar a tono con las aspiraciones y expectativas de sus representados.
Esta máxima, que conocen la mayoría de quienes ejercen cargos políticos, ha sido ignorada por parte importante de los miembros de la Convención Constitucional. Es casi como si creyeran que bastaba con tener una convención paritaria y con participación de segmentos de la sociedad tradicionalmente desplazados. Pero no, las expectativas ciudadanas se expresan de formas más complejas y dinámicas y, al no entender esto, la Convención está fallando en su propósito.
La reciente entrega de la encuesta de Espacio Público e Ipsos muestra esta dicotomía de forma clara. A través de más de un año de mediciones, los resultados han mostrado, consistentemente, que un 80% de la población espera que los y las convencionales cedan en sus posiciones para llegar a acuerdos. Sin embargo, actualmente, un 70% declara que la Convención ha actuado en la dirección contraria, con poca disposición a acuerdos y con sus miembros encerrados en sus posturas particulares.
La semana pasada, la comisión de Medio Ambiente de la Convención sufrió, nuevamente, un revés en el Pleno. La vez anterior les habían aprobado solo un artículo, mientras que, en esta oportunidad, su informe no pasó ni siquiera la votación en general. En vez de acusar el golpe, los miembros de la comisión iniciaron funas y ataques a sus colegas. En vez de comprender la importancia de los acuerdos para lograr propuestas que alcancen los dos tercios, se dedicaron a insultar y mostrar lo que la ciudadanía ha visto: poca disposición al diálogo.
El éxito del proceso constituyente depende de la capacidad que tengan nuestros representantes en la Convención de comprender que la legitimidad se construye en el tiempo, y no solo en sus actos fundacionales. Algunos ya han comprendido este dilema, pero pareciera no ser suficiente.
Hace unas semanas, el político español Iñigo Errejón planteaba, correctamente, que la nueva Constitución no puede ser solo de «las izquierdas». El problema es que, según lo publicado por la encuesta de Espacio Público, la aprobación de la Convención ha caído más fuerte entre quienes se identifican con la izquierda. Se ha perdido la representatividad inicial, incluso en los grupos más fieles al proceso. Aún queda espacio para evitar un fracaso de proporciones, solo requiere que los y las convencionales cumplan las expectativas de quienes les eligieron.