El año que ha transcurrido desde el 7 de octubre de 2023 es de los peores en la historia reciente de Medio Oriente. Desde los más de 1.200 asesinatos cometidos por Hamas en ese fatídico 7 de octubre, en la peor catástrofe sufrida por el pueblo judío desde el Holocausto, hasta las más de 40.000 personas asesinadas por Israel, en su mayoría niños y mujeres, en el año que ha seguido.
Como descendiente de palestinos, siempre me fue complejo identificarme como uno. No solo no hablo el idioma y no mantengo contacto con mis familiares en la zona, sino que además nunca he sido parte de la extensa y activa comunidad palestina en Chile. Mi mayor conexión, hasta ahora, ha sido la comida, traspasada por mi abuela, quien, a pesar de haber sido chilena, preparaba las mejores hojas de parra que he probado.
Asimismo, a través de gente muy querida, he conocido de cerca la violencia del antisemitismo y cómo afecta día a día a millones de judíos en el mundo. No es solo una forma de racismo, sino que esconde teorías conspirativas que deshumanizan a un pueblo y sus tradiciones, además de poner en riesgo sus vidas y seguridad.
Digo esto porque la masacre contra el pueblo palestino, contra mi pueblo, ha puesto en duda mi reticencia a identificarme como uno. Me ha hecho reafirmar un legado que no elegí pero que no puedo ignorar. Cuesta no ver a mis propios hijos en las caras de los niños de Gaza; al fin y al cabo, comparten los mismos rasgos e historia. Y también se vuelve tan evidente por qué millones de judíos defienden a Israel a pesar de sus atrocidades: ven en el proyecto de Israel un espacio seguro que la historia les ha negado por siglos. Eso, en cierta forma, es también la tragedia del pueblo palestino, que hoy no tiene un espacio en el mundo donde sentirse seguro.
Hoy, los palestinos no tienen (o tenemos) voz ni humanidad. Al usar la cantinela de los escudos humanos, el gobierno de Israel ha convertido a toda la población de Gaza en terrorista; o en defensora de terroristas; o, al menos, en personas que decidieron vivir en los mismos barrios que los terroristas, o que llevaron a sus hijos al hospital cuando había un terrorista cerca. En fin, se entiende el punto: los palestinos ya no son más personas con derechos y son terroristas consumados o potenciales; mejor matarlos ahora que después, pensarán algunos que se creen ese cuento. Eso es lo que ha hecho el gobierno de Netanyahu en Gaza, y poco a poco lo ha llevado adelante en Cisjordania y el Líbano. Su doctrina es la del castigo colectivo y la deshumanización.
A un año del 7 de octubre, recordamos las vidas de quienes fueron masacrados por el terrorismo de Hamas y de quienes viven como sus prisioneros. Esos rehenes que parecen ser olvidados por Netanyahu y su banda. Y también sufrimos a los miles de inocentes que han muerto a manos de una venganza cruel, despiadada y desproporcionada.