La migración como aporte para la identidad
4 de mayo de 2024
A días del 21 de mayo, para enriquecer la conmemoración de nuestras tradiciones, cabe citar una participante de uno de los grupos focales que realizamos entre Espacio Público y el Centro de Políticas Migratorias para identificar los aportes que los migrantes traen a Chile: “Acá escuchan mucho la cueca, cosa que también hay en Bolivia, pero acá es mucho más intenso. Los chilenos están muy orgullosos de su cultura”, dijo una mujer migrante de Antofagasta. Podrá ser una sorpresa, pero el orgullo que la cueca despierta en nuestros compatriotas comparte raíces con el folclore de países vecinos. Cabe recordar que el origen de nuestro baile nacional se halla en las zamacuecas, o zambacuecas, bailadas en el Virreinato de Lima. Su rastro es de siglos y su arribo a América Latina se atribuye a los esclavos de los imperios españoles y portugueses que importaron la zamba desde África, de ahí el origen de su nombre y parte de las influencias afrodescendientes en Chile.
La historia indica que nuestras identidades y tradiciones nacionales no son estáticas. Al contrario, sus trayectorias comprenden varias experiencias de intercambio cultural que han sedimentado la historia de nuestro país. Haríamos bien en rescatar la importancia de la integración, pues las adaptaciones recíprocas entre chilenos y migrantes son necesarias para asumir que compartimos un destino común. Por lo mismo, es necesario atender algunos riesgos para la cohesión social. Antofagasta es la tercera región del país con mayor porcentaje de hogares migrantes con carencia de apoyo y participación social, con un 24% de familias en esta condición, casi cuatro veces más que las familias chilenas. Asimismo, a pesar de ser la segunda región con más migrantes en su padrón electoral, con 60.500 electores, sólo el 12% de las personas participó en el último plebiscito. Sin embargo, de acuerdo con la última encuesta Espacio Público-Ipsos, un 70% de los antofagastinos dice sentirse a gusto con que Chile sea un país multicultural. Para resolver estas disonancias requerimos de la participación de todos para decidir en conjunto el tipo de país en el que nos gustaría vivir.
Quizás la cueca siga siendo motivo de identificación y orgullo por la transversalidad que tuvo durante la primera mitad del siglo XIX, siendo bailada tanto por aristócratas en salones como por rotos en chinganas. Esa es la cohesión, la capacidad de mantener elementos de unión a pesar de nuestras diferencias, que tanta falta nos hace hoy.