Solía trabajar en una zona con muy poco comercio, nos salvaba la ‘tiendita’ que vendía saldos de marcas apetecidas, desde juguetes hasta vino. Se podía pagar con tarjeta, pero cobraban un diferencial traspasando al cliente el costo por transacción. Un día, nuestra ‘tiendita’ salió en las noticias, la habían asaltado justo cuando un funcionario de la PDI compraba con su mujer embarazada, él trató de detenerlos y lo asesinaron. Desde ese día el local solo aceptó pago con tarjetas.
Así es, las tarjetas de pagos traen muchos beneficios, tanto directos para las partes de la transacción, como para la sociedad toda. El comercio ahorra tener efectivo y monedas disponibles para dar vuelto, el tiempo para darlo, contar el efectivo y trasladarlo al banco en forma segura cada día; además de evitar recibir billetes falsificados. Adicionalmente, en casos de compras de mayor valor, en que los clientes suelen requerir crédito, el comercio que opera con tarjetas no necesita dar crédito propio; si tuviera que hacerlo, aumentarían sus costos de capital de trabajo, debería implementar un sistema de cobro eficaz y enfrentar incobrables. Y, sin duda, ganan en seguridad. Los beneficios son aún mayores en el caso de compras en línea, las que serían casi imposibles sin medios de pagos electrónicos.
Los consumidores también obtienen ventajas en seguridad personal, al no tener que portar grandes sumas de efectivo, poder comprar en línea y acceder al crédito en forma instantánea cuando lo requieran. Sabiendo, además, que por haber pagado con tarjeta tiene el derecho de reclamar y solicitar la devolución del dinero si no está satisfecho con su compra.
La sociedad como un todo se ve beneficiada tanto por la reducción en la tasa de criminalidad como por el ahorro de un costo que no por invisible para el común de las personas, es inexistente. En efecto, el costo de emitir billetes y monedas es importante, siendo el mercado del papel moneda y de los sellos de seguridad uno de los más monopolizados a nivel mundial.
Por último, la universalización del uso de estos medios de pago incentiva la formalización de las transacciones, por tanto, de toda la economía, aumentando la recaudación fiscal y también dando la posibilidad de que pequeños emprendimientos tengan una historia financiera que puedan usar para demostrar que son confiables como sujetos de crédito. Chile tiene mucho que avanzar en penetración y uso de medios de pagos distintas al efectivo. Los esfuerzos realizados por incluir financieramente a los ciudadanos se desvanecen cuando estos finalmente deben acudir a un cajero automático a retirar efectivo, en vez de pagar con medios electrónicos. Ello demuestra que aún no hemos podido alcanzar los beneficios de mayor competencia e inclusión financiera esperadas de la evolución desde un modelo integrado horizontal y verticalmente, a uno con competencia en la adquirencia y, también, en la emisión, al sumarse las tarjetas de prepago de entidades no bancarias.
La demora se explica por barreras que han puesto distintos actores, como los grandes comercios que no aceptan tarjetas de prepago, retrasos en el proceso de adopción de medidas de seguridad avanzadas y las rigideces innecesarias al ajuste de precios que han impuesto las propias autoridades, favoreciendo así a las grandes tiendas que siguen recibiendo grandes subsidios por el legado del esquema anterior que no se ha superado.