Es un error ver el cambio de nombre del Transantiago como un hecho aislado, ya que viene a complementar varios cambios que se han implementado en los últimos años. El más relevante, fue situar a Metro como el soporte del sistema de transporte público, impulsando una ambiciosa extensión de líneas.
Esta era la idea original, pero fue distorsionada por los técnicos que diseñaron el Transantiago final y que pretendían reemplazar Metro por 300 kilómetros de corredores segregados de buses de alto costo y poco beneficio. Además se eliminaron millones de transbordos inútiles, se modificaron cientos de recorridos para aumentar la capilaridad y cobertura de la red y se inició una renovación de la flota con buses que ponen como foco la calidad del servicio.
Es en dicho contexto que ‘Red’ reemplaza a ‘Transantiago’, lo que es una señal política necesaria y positiva. Pero quedan tareas pendientes como licitar los nuevos recorridos con unas bases que, a diferencia de las anteriores, proponen cambios de fondo como la separación de la operación y propiedad de los buses, terminales públicos y empresas más pequeñas que eviten que el Estado sea capturado nuevamente.
Transantiago fue la peor política pública concebida en democracia, de un enorme costo social y económico y es una gran noticia que comience a terminar. Ahora el desafío es llevar Red a regiones.