El domingo se llevó a cabo una sorpresiva primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, donde el candidato de la extrema derecha, Jair Bolsonaro -con un discurso de apoyo a la dictadura, machista y racista-casi resulta electo ese mismo día, rozando el 50% de los votos.
Mucho se ha discutido en estos días en los medios de comunicación yen redes sociales de qué pudo llevar a Brasil a estos resultados, donde Fernando Haddad, el candidato continuador de Lula -que recordemos que no pudo presentarse por estar cumpliendo condena por casos de corrupción- estuvo cercano al 30% y su partido no pudo repetir los resultados de las últimas cuatro elecciones.
Uno de los factores que, a mi juicio, fueron gravitantes para este resultado son los escándalos de corrupción que han sacudido a Brasil en los últimos años. El Lava Jato y su trama internacional de la mano de Odebrecht golpearon al Partido de los Trabajadores (PT) de forma brutal.
Tanto que la ex presidenta Dilma Rousseff no logró un escaño en el senado con tan solo un 15% de los votos. Por otra parte, más de un 50% de los parlamentarios que iban a la reelección y estaban involucrados de uno u otro modo en este escándalo, no fueron electos.
El partido formado por Lula no es el único con líderes investigados o sancionados por casos de corrupción, y más bien la mayoría de los partidos ha estado involucrado en financiamiento ilegal, no obstante se vio un gran rechazo al PT en los días previos a las elecciones, lo que llevó a varios a votar por la alternativa que vieron representada en Bolsonaro. Si bien no hay estudios concluyentes sobre qué hacen los electores frente a casos de corrupción, creo que merece atención Brasil.
Los partidos chilenos debieran tomar nota de lo ocurrido y entender que no rechazar de modo tajante a sus afiliados que son investigados por este tipo de ilícitos puede llevar a una desconfianza tan grande en la clase política que puede tener un efecto en la democracia como lo que hoy vemos en Brasil.