En los próximos días, el Senado votará el proyecto del cuarto retiro desde los fondos de pensiones y otro ‘adelanto’ de rentas vitalicias (incluyendo un cambio en cómo se devolverá el primero). Aunque aún hay esperanza de que algunos senadores opten por la racionalidad y el bien común, resistan la presión a la que están sometidos y se abstengan o voten en contra, el escenario más probable no pinta bien. Y la decisión profundizará varios de nuestros problemas.
La propuesta de adelantar rentas vitalicias es tan dañina que, seguramente, los senadores eliminarán esa parte. Lo más insensato de esa propuesta no es que se confisque el patrimonio de las compañías de seguro; ni tampoco que perderemos los juicios internacionales y el fisco tendrá que compensar a las compañías extranjeras; ni siquiera el hecho de que esto aumente un escalón más el riesgo de invertir en Chile —algo que sin duda producirá.
Lo más grave es que esta medida amenaza a los propios jubilados con rentas vitalicias, quienes dejarían de recibirlas en el futuro si las compañías que se las deben pagar quiebran y desaparecen (incluidos aquellos que no retiren). Como ellos, muchas otras personas que tienen productos con estas compañías —como un seguro de vida, por ejemplo— podrían quedar sin contraparte. La confiscación propuesta dejaría a algunas compañías cerca de la quiebra, esto es, al borde del precipicio. Entonces, bastará con un shock financiero para darnos el empujón final.
Lo que aprobó la Cámara de Diputados es tan nocivo como las recomendaciones de Trump para combatir el covid-19 tomando cloro. Esperemos que sea rectificado con la misma rapidez que aquel disparate.
El problema, sin embargo, es que tras sacarle la espoleta a la bomba de las rentas vitalicias, el Senado aprobará el cuarto retiro sintiéndose de lo más responsable. Incluso podrían hacerlo tributable y abrir formas de devolverlo.
Pero, aun con esas modificaciones, el retiro seguirá siendo una pésima política pública, con graves consecuencias en las pensiones futuras.
Lamentablemente, los retiros se han transformado en algo parecido a la adicción a las drogas. Ciudadanos incapaces de ver las consecuencias a largo plazo de sus decisiones, retiran y gastan con entusiasmo. Peor, se enojan con los proveedores si no les ofrecen más. Los ‘dealers’, incapaces de superar sus conflictos de intereses, participan del negocio, por ganancias de corto plazo y a sabiendas de que les hacen daño a sus clientes.
Los países tienen sistemas de pensiones con contribuciones obligatorias porque, individualmente, nos cuesta ser previsores. Hemos acordado este mecanismo para controlar nuestra tentación y así tener que preocuparnos un poco menos del futuro. No es muy distinto a las regulaciones sobre las drogas, el tabaco, el alcohol y varios fármacos.
Lo que ha hecho el Congreso, abriendo las compuertas del retiro, es romper ese acuerdo. Ni qué decir de las afiebradas ideas de retirar el 100%.
Hay quienes, entre el delirio y la ignorancia, creen que los retiros están destruyendo a las AFP. Estas solo administran el Fondo de Pensiones y ya cobraron por esa tarea. Que no quepa duda: los únicos que pierden aquí son los titulares de los Fondos de Pensiones, millones de personas que tendrán una jubilación peor.
Se argumenta que la diferencia que provocarán los retiros no es tan relevante, pues las pensiones serán igualmente malas. Se equivocan. Cuando la dictadura decidió, como parte de un ajuste fiscal, no reajustar las pensiones en la inflación pasada, redujo las pensiones reales en ‘solo’ 10%. Ello no solo escaló las protestas, también hizo que una de las plataformas de la elección del presidente Aylwin fuera devolver ese 10% (lo que cumplió). Un 10-40% en el valor de las pensiones es significativo; no es posible de compensar fácilmente.
Por último, es innegable que el cuarto retiro profundizará los crecientes desequilibrios macroeconómicos. La inflación, un impuesto silencioso que pagan principalmente los más pobres, es solo parte de la historia. El consumo de bienes durables está fuera de toda norma mientras siguen las transferencias del IFE. Cuando el gasto crece persistentemente más rápido que la capacidad de la economía, tarde o temprano vendrá el ajuste.
Los mercados han tomado nota del desorden y están atentos ante la posibilidad de nuevos desvaríos. El peso, en términos efectivos, está tan desvalorizado como cuando transitamos a la democracia. Las tasas de interés de largo plazo han subido una enormidad. Un cuarto retiro solo ampliará la profundidad y extensión de los desequilibrios, dificultando el posterior ajuste. La resaca será intensa y dolorosa como la de un adicto que se ha quedado sin drogas.
No vaya a ser que terminemos repitiendo los versos de Gardel, traicionado por su amante: Ahora, cuesta abajo en mi rodada / Las ilusiones pasadas / Yo no las puedo arrancar / Sueño con el pasado que añoro / El tiempo viejo que lloro / Y que nunca volverá.