Desde mediados de los setenta, el 25 de abril representa una fecha especial para mi familia. Habían transcurrido apenas unos meses desde el golpe de Estado liderado por Augusto Pinochet, cuando al otro lado del mundo, en Portugal, comenzaba lo que más tarde se denominaría la “Revolución de los Claveles”. Cuentan que la madrugada del 25 de abril de 1974, sonó por segunda vez en las radios la canción “Grândola”, del cantautor José Afonso. En una época sin redes sociales, esa canción era una señal previamente acordada para iniciar una escalada de movilizaciones y derrocar la dictadura iniciada por António de Oliveira Salazar. Dentro de las horas siguientes renunciaban todos los miembros de la junta militar. Las imágenes de soldados portando fusiles cuyos cañones estaban tapados por claveles recorrieron el mundo. De manera pacífica, los portugueses recuperaban su democracia.
Como muchos otros chilenos que vivieron su exilio en España, Italia y otras partes del sur de Europa, para mi familia este ejemplo era una luz de esperanza dentro de un túnel terriblemente oscuro. Quizás hubiera arena de playa debajo de los adoquines, quizás algún día se abrieran otra vez las grandes alamedas. Casi 50 años después, la decisión de posponer la elección de convencionales constituyentes me trae de vuelta a este rincón de mi memoria emotiva.
Mark Twain decía que la historia nunca se repite, pero a menudo rima. Los portugueses votaron por elegir una asamblea constituyente en abril de 1975, un año después de la revuelta. Los meses previos habían estado marcados por disputas entre distintos sectores del progresismo, quienes finalmente se presentaron a las elecciones en listas separadas. El resultado fue una elección fragmentada; sin un claro ganador, y donde las posiciones políticas divergentes se vieron obligadas a coexistir dentro de una misma asamblea constituyente. Mirándolo desde la perspectiva que nos entrega el paso del tiempo, la ausencia de un liderazgo claro terminó siendo una bendición. Fue esta asamblea constituyente fragmentada la que redactó la Constitución que rige a Portugal hasta nuestros días, abriendo la puerta a un proceso democrático donde sus ciudadanos han aprendido a encontrarse, más allá de sus diferencias políticas. En un continente desafiado por el extremismo y la polarización política, la estabilidad portuguesa resulta cada vez más notable.
Volvamos un momento a nuestra realidad. Los resultados de la última encuesta realizadas por IPSOS y Espacio Público muestra que casi el 90% de los encuestados está interesado en el proceso constituyente. Además de una cifra ilustrativa por su propio mérito, ello representa un aumento de casi 15 puntos porcentuales respecto de una medición similar a finales de año pasado. Por otra parte, pese a la pandemia y crisis económica que nos afectan, la esperanza continúa siendo la principal emoción asociada con el proceso constituyente. También se repite el deseo de votar por representantes que sean capaces de dialogar y conseguir que las cosas finalmente cambien. Hoy estas expectativas parecen difíciles de cumplir. A una multiplicidad de listas para convencionales constituyentes, se suma una multiplicidad de elecciones en un calendario cada vez más comprimido y una multiplicidad de propuestas presidenciales para liderar el corto plazo. Ante tanta fragmentación, ¿podremos alguna vez podernos de acuerdo?
A mí no me caben dudas. Cuando los candidatos están en campaña, resulta lógico marcar diferencias. Desde esta perspectiva, posponer las elecciones supone alargar ese espacio donde marcar diferencias es la estrategia dominante y todos los candidatos parecieran estar en desacuerdo. Pero ello debería cambiar una vez que finalmente realicemos la elección y los convencionales dejen de ser candidatos.
Esta es una buena fecha para recordarlo. Como ocurrió con la generación de mis padres, recordar la «Revolución de los Claveles» permite mirar con optimismo el proceso constituyente. La ausencia de liderazgos claros puede abrir espacios a la renovación, mientras que la fragmentación obligará a encontrar acuerdos en lugares donde hoy solamente vemos conflicto. Para ello es necesario que nuestra élite política trabaje con generosidad. La letra de “Grândola”, esa canción con que portuguesas y portugueses comenzaron a recorrer su camino hacia la democracia, pide buscar un amigo en cada esquina. Habrá que hacerle caso.