Las catástrofes suelen mostrar con brutalidad las debilidades institucionales, pero también el compromiso moral de los ciudadanos. El covid-19 ha desnudado en muy poco tiempo esos riesgos. Una crisis que requiere de un actuar unificado ha generado en el proceder de algunos alcaldes comportamientos oportunistas, que han buscado imponer medidas ilegales como sus propias cuarentenas sanitarias. Olvidan con facilidad que la regulación sanitaria descansa, por su amplitud y centralización, en las atribuciones del Ministerio de Salud, en base a las experiencias históricas que justificaron la dictación del Código Sanitario, de modo de facilitar medidas eficaces para abordar una crisis. Es lo que sucede en buena parte de los países del mundo cuando se enfrentan problemas sanitarios de esta envergadura.
Los mismos alcaldes que tras el 18 de octubre cumplieron un rol determinante para buscar una solución para el plebiscito constitucional, y por esa vía encausar la crisis social por un camino institucional, han actuado irresponsablemente —justo cuando más necesitamos cohesión y persuadir a las personas que cumplan sus confinamientos por el bien de todos—, ofreciendo intervenciones que saben que para ellos son imposibles de ejecutar, y provocando así expectativas irreales en la población.
Es cierto que el ministro Mañalich es dueño de una arrogancia que provoca irritación, pero esto no puede transformarse en un juicio a su carácter. Como bien ha explicado en una entrevista el día de ayer Izkia Siches, presidenta del Colegio Médico, este es un momento para la ‘obediencia civil’, porque es el ‘Gobierno quien gobierna y no podemos hacer acciones paralelas, tenemos que intentar apoyarlo’. Porque no hay otra manera de salir de este trance sin que consensuemos medidas públicas eficaces, y Siches ha sido clave al transmitir ese mensaje con credibilidad.
Pero desgracias como estas también demuestran hasta donde llega nuestro compromiso moral. La partida de muchos ciudadanos a sus segundas viviendas, como si el problema que enfrentáramos se pudiera sustituir por una cultura de vacaciones, ha demostrado la falta de conciencia del momento que vivimos. Cuando la consecuencia inmediata de esta crisis, ampliamente conocida por lo demás, es la potencial saturación del sistema de salud, trasladarse a lugares con capacidades limitadas de atención sanitaria e s una irresponsabilidad.
Después de esto nada será igual. La manera de comprender el Estado, el límite de nuestras libertades y las obligaciones que nos debemos mutuamente marcarán las condiciones del nuevo pacto que cada vez se torna más inevitable. Pero para eso, debemos ser conscientes de las grietas institucionales, sociales y personales que nos revelan estos tiempos grises.