Hace unas semanas, Claudia Goldin, académica de la Universidad de Harvard, fue galardonada con el Premio Nobel de Economía. Se trata de la tercera mujer que recibe este premio entre las 93 personas reconocidas desde 1969. Además, es la primera en recibir el premio sola.
El trabajo de Goldin ha puesto a las mujeres al centro, con un foco en las brechas que experimentan en el mercado laboral en relación a los hombres, tanto en oportunidades de inserción como en remuneraciones. Goldin ha hecho aportes valiosísimos en este ámbito. En esta ocasión quisiera centrarme en dos que me parecen fundamentales para la comprensión actual de estas brechas y para el diseño e implementación de políticas para abordarlas.
Uno de esos aportes es el haber descubierto que la inserción laboral de las mujeres no va necesariamente de la mano con el desarrollo económico. El esfuerzo minucioso de Goldin por recopilar estadísticas históricas sobre la participación laboral de las mujeres desde fines del siglo XVIII en los Estados Unidos echó por tierra la idea de que los rezagos se resuelven con el crecimiento y el desarrollo.
En efecto, durante el siglo XIX la economía estadounidense se expandió de manera sustantiva con la industrialización. Pero al mismo tiempo, la participación laboral femenina se contrajo. De acuerdo al análisis de Goldin, ello se debe a que la propia industrialización dificultó que las mujeres casadas pudieran compatibilizar empleo y familia.
El segundo conjunto de estudios, íntimamente enlazado con el anterior, se refiere a los efectos de la maternidad hoy en el éxito laboral de las mujeres. Junto a sus coautores, Goldin ha estudiado con detalle la dinámica de la brecha salarial dentro de ocupaciones de alto prestigio y remuneraciones. Por ejemplo, ha seguido en el tiempo a cohortes de estudiantes, hombres y mujeres, del MBA de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago desde antes de su ingreso al programa y por muchos años luego de su graduación.
Al graduarse, las brechas de remuneraciones entre hombres y mujeres son pequeñas, levemente mayores al 10%. Pero una década después fluctúan entre el 30 y el 60% en promedio. Esta brecha se explica por las mujeres que fueron madres y que por ello han experimentado interrupciones en sus carreras. Sus salarios luego de la maternidad nunca más alcanzan a los de los hombres o los de las mujeres sin hijos. Múltiples estudios para otros países y profesiones confirman este resultado: la brecha salarial se expande cuando nacen los hijos y no vuelve a cerrarse.
A mi juicio, uno de los aspectos más interesantes de estos estudios es que están centrados en las mujeres con la más alta capacitación, aquellas que han demostrado tener las habilidades, el empuje y el interés por seguir una carrera profesional competitiva de alta remuneración. Por lo mismo, se trata de mujeres que cuentan con recursos para financiar el cuidado de hijos e hijas pequeños y facilidades para conseguir los apoyos necesarios. Aun así, experimentan estas brechas y rezagos. De acuerdo a estos estudios, es porque son ellas quienes asumen las responsabilidades de la crianza.
Cuando pensamos en políticas para una inserción laboral exitosa de las mujeres y cierres de brechas salariales con los hombres, no podemos perder de vista lo central que es un sistema que carga en las mujeres estas responsabilidades. Si una hija se enferma, ¿quién se queda cuidando? Si un hijo se accidenta en el colegio, ¿quién acude al rescate? En buena parte de las ocasiones, es la madre.
Para que esta carga no tenga efectos nocivos sobre las oportunidades de las mujeres, esos trabajos más competitivos con altas remuneraciones no pueden ser inflexibles y exigir presencia permanente y continua. En ello las empresas e industrias tienen mucho que aportar. De hecho, algunas ya lo han hecho, en particular las que han invertido en tecnologías que reducen la necesidad de presencia continua, como es el caso de la profesión farmacéutica de acuerdo a los propios estudios de Goldin.
Por cierto, también es importante una auténtica corresponsabilidad, esto es, que tanto padres como madres estén disponibles para atender las ‘interrupciones’ que significan la crianza. Asimismo, es relevante que empleadores y el Estado pongan de su parte. Por un lado, quienes contratan debiesen dejar de ver a las mujeres como cuidadoras; si no, los costos económicos del cuidado seguirán recayendo sobre ellas. Por el otro, el Estado también tiene tarea: no deja de ser sintomático que la información sobre permisos para el cuidado de un hijo o hija enfermos, en la web de la Dirección del Trabajo, esté bajo el menú de ‘Mujer y maternidad’.
Asimismo, cabe revisar los énfasis de la política pública hacia estas brechas. Como lo describe una amiga experta en estos temas, la política pública suele intentar ‘reparar’ a las mujeres. Por ejemplo, les ofrece capacitación y/o herramientas para el trabajo independiente. Pero ello es solo parte de la historia, como lo muestra la realidad de las mujeres de más alta capacitación.
En pocas palabras, no se trata de reparar a las mujeres; se trata de reparar el que la carga de la crianza y el cuidado recaiga principalmente en ellas.