Timothy Garton señalaba que los hechos son subversivos, porque subvierten las afirmaciones, las mentiras, las medias verdades, los mitos y todos esos discursos fáciles que conforman a las personas crueles. Con la sombra del futuro, con la incertidumbre y el conflicto en la puerta de nuestras vidas, lo sucedido la semana pasada sirve para comprender, entre tanta evaluación intelectual, que la única manera de construir un espacio común es rescatando la idea de comunidad, de aquella que entiende que, para garantizar la paz y seguridad, todos los derechos importan. Las historias de José Atilio y P.D.G.E. son reflejo de esa realidad.
Don Tilo tenía 74 años, padecía de alzhéimer, estaba perdido y su familia había denunciado su presunta desgracia. Su cuerpo fue encontrado en una empresa que fue totalmente quemada luego de un saqueo. José se había extraviado y, sin que pudiera comprender lo que sucedía, su vida se fue, como ya lo habían hecho sus recuerdos. Su historia es la crónica de la violencia y el desamparo en la vejez por la que muchos se han movilizado estos días.
El viernes, mientras más de un millón de personas poblaba Plaza Italia y se llenaba de postales sobre el nuevo Chile, la Corte Suprema condenaba al Estado a indemnizar a los padres de P.D.G.E. Ella, una niña de 17 años que había robado, consumidora de paste base, fue internada en un centro del Sename. A los pocos días sufrió de síndrome de abstinencia grave y se suicidó. El Estado dijo que, al ser consumidora de droga, ella se había expuesto al daño. Los tribunales respondieron que una persona así debía recibir los cuidados y vigilancia del Estado, porque nadie puede ser libre en esas condiciones. Este caso esconde el desamparo de la niñez y la adolescencia, el mismo del cual hemos venido hablando hace más de dos décadas.
Los casos de don Tilo y P.D.G.E. son parte del conjunto de historias cotidianas que están tras las protestas. Sus relatos interpelan a la construcción de una sociedad en la cual, para que la libertad sea genuinamente posible, debemos permitir que los proyectos de vida sena posibles. Cumplir con deberes elementales de solidaridad es un primer paso.
Los relatos que dominan las movilizaciones provienen de las experiencias de las personas, no de abstracciones constitucionales que a veces nos cuesta explicar. Son expresiones, como ha señalado Michael Ignatieff, del deseo de vivir en una sociedad en la cual la igualdad de respeto sea esencial, un mundo en el que todos tienen derecho a hablar y a ser genuinamente escuchados, en el cual los poderosos ya no pueden negarse a escuchar a los débiles. Precisamente porque no hay estabilidad y futuro posible para la democracia si no se presta oído a todas esas voces.