El episodio del viaje a Harvard del ministro Larraín parece no llegar a su término. Luego de una querella particular ante el Ministerio Público, que se suma a la denuncia realizada a Contraloría por diputados socialistas, los antecedentes fueron enviados al Consejo de Defensa del Estado para analizar la posibilidad de iniciar acciones por mal uso de recursos públicos en asuntos privados.
Serán las autoridades competentes las que deberán pronunciarse sobre si hubo faltas o delitos en el uso de estos recursos, sin embargo creo que el ministro no fue prudente en todo lo que rodeó este episodio.
En primer lugar, algunos días antes del viaje, el ministro y el Presidente firmaron un instructivo presidencial de austeridad donde se estableció que los viajes al extranjero debían ceñirse estrictamente a lo necesario para el cumplimiento de sus tareas fundamentales. El viaje a Harvard, a una actividad de ex alumnos, por muy prestigiosa que sea, no se trata de un viaje para el cumplimiento de sus tareas fundamentales, como sí puede ser el Chile Day, al que asistió unos días después.
En tiempos de desconfianza ciudadana a la actividad política no se ve bien que, por un lado, se den instructivos a toda la administración central de cómo deben administrar sus recursos y, por otro, que quien da estas instrucciones no esté dispuesto a regirse por ellas. Por otra parte, el ministro recibió un reembolso por el viaje desde Harvard. Siendo así, lo más prudente hubiera sido costearlo de su propio bolsillo ¿Para qué exponerse a críticas?
Hay una serie de casos de financiamiento irregular de la política, abusos de posiciones de poder y otros posibles delitos que se investigan que tienen a nuestra clase política en la mira de la opinión pública y bajo la demanda de mayor transparencia y sintonía con una democracia más representativa. Casos como este, solo contribuyen a alejar nuestras instituciones políticas de la ciudadanía, tal como reza el dicho, “para ser César no solo hay que serlo, sino parecerlo”.