Durante la semana pasada una campaña en redes sociales solicitaba la renuncia de la presidenta de la Convención Elisa Loncón. A juicio de quienes apoyaban dicha demanda, Loncón no estaría realizando su trabajo y el sueldo, que aún no recibe, estaría mal pagado. Un análisis realizado por Contexto Factual y Fundación Interpreta demostró que tras esta campaña estaban cuentas falsas que eran cercanas, en redes sociales, a personas como José Antonio Kast o Teresa Marinovic. Si bien la verificación realizada por estos proyectos sirvió para entender de dónde venía el esfuerzo de instalar un conflicto, para muchas personas la información que encontraron detrás del hashtag #DestitucióndeElisaLoncón debe haber sido asumida como una realidad o un problema cierto en la Convención. Mientras lo anterior acontecía en las redes sociales, en las distintas comisiones de la Convención era posible escuchar a una larga lista de personas que han asistido para contribuir desde su expertise al proceso.
El proceso constituyente es por definición un camino complejo. El inicio del trabajo de los convencionales ha demostrado el gran desafío que es comenzar a funcionar sin un marco preestablecido. A los desafíos procedimentales se suma el que estamos presenciando una discusión pública bajo nuevos códigos y con nuevos integrantes. Aquello que es una buena noticia para nuestra democracia es también un desafío para todos; hay códigos y formas que nos conocíamos, y lo desconocido requiere aprendizajes. Sin embargo, pese a las complicaciones inherentes del momento que vivimos, pareciera ser que existen actores que constantemente quieren focalizar su atención e incluso magnificar las complejidades de esta etapa. No pretendo en esta columna desconocer los problemas o asumir que no existirán visiones contrarias-eso no solo sería ingenuo, sino que negaría la naturaleza del proceso que vivimos-, sino que pretendo que nuestros esfuerzos estén en aquello que la ciudadanía espera.
La evidencia es clara. El proceso constituyente evoca sentimientos ambivalentes, donde la esperanza sigue siendo predominante. Además, el deseo es que prime el diálogo y los acuerdos, a diferencia de lo que en ocasiones pareciera instalarse en el debate público. De hecho, un reciente estudio de Tenemos que hablar de Chile y Criteria demostró con contundencia que un 84% de los encuestados prefiere líderes políticos que privilegien los acuerdos por sobre las posiciones personales.
La invitación en esta etapa es a dejar de afirmar los muebles de aquello que nos resulta conocido y desistir de buscar constantemente argumentos que permitan ratificar nuestros temores iniciales. Tenemos al frente la enorme oportunidad de desafiar y encontrarnos en nuevos marcos de entendimiento, que reconozcan nuestra historia y diversidad, pero que también nos permitan construir un mejor horizonte para Chile.