Ayer mi mañana comenzó de una desagradable manera. Imagino que a varias personas les pasó igual. A primera hora ya circulaba por diversos canales el video de Rodrigo Rojas Vade, en el cual señalaba que dado que aún no podía renunciar a la Convención Constitucional, se encontraba obligado a retomar sus funciones en ella. Lo anterior fue confirmado horas después por la presidenta de la Convención, quien señaló que la mesa había recibido un correo electrónico en el cual Rojas Vade les comunicaba dicha información. Rojas Vade, la misma persona que dañó en base a mentiras despiadadas los primeros meses de trabajo de la Convención, pretende hacernos creer que hoy decide por y para el electorado que le dio su voto, el mismo electorado que él decidió engañar. Además, no deja de sorprender la justificación utilizada: el retorno a la Convención, nos sugiere Rojas Vade, le es muy difícil, pero debe sacrificarse por su pueblo.
Se ha dicho en reiteradas ocasiones, pero pareciera ser que se sigue olvidando. El momento que estamos viviendo es de los hechos más importantes de nuestra historia democrática, la oportunidad de redactar una nueva Constitución es único, lo que se acrecienta considerando la composición de la Convención: paritaria y con representación de pueblos originarios. Ni en mis mejores deseos habría osado plantear tan esperanzador y relevante momento. Por lo mismo, se me hace imposible comprender, mucho menos justificar, que una persona tome decisiones en base a sus deseos individuales y no en el cuidado de lo que está en juego. En el caso de Rojas Vade resulta muy claro y es de una gravedad y descaro incomparables, pero lamentablemente ha habido otros miembros de la Convención que por momentos parecen poner por delante sus deseos e intereses personales por sobre garantizar el éxito del proceso: proponer a la ciudadanía un texto constitucional de buena calidad el cual pueda ser aprobado por una amplia mayoría.
Algunos ejemplos de esta tendencia: cientos de indicaciones testimoniales que se proponen a sabiendas de que serán rechazadas en el pleno y que solo aumentan la ya extenuante jornada de los y las convencionales; deseos de reducir los márgenes de la discusión a las posiciones más cercanas a la propia; desprecio de la política o incluso malestar por la participación pública de diversas personas, y así. Todos estos son hechos, que si bien no son generalizables a todos los convencionales, desgastan un proceso desafiante por esencia, que requiere menos individualismo y también atreverse a salir del lenguaje y objetivos de mi grupo para buscar entender la posición del otro y encontrar puntos en común. Dentro de los múltiples desafíos que tiene la Convención, el central es construir un proyecto común que permita trascendencia y que responda con excelencia a los desafíos del país, y en el cual ninguno pueda sentirse un triunfador por goleada.
No tenemos espacio para gustos personales, pequeñas batallas y triunfos egoístas. El individualismo nos puede salir muy caro.