Una de las tendencias políticas más complejas del último tiempo ha sido la llamada polarización afectiva, es decir, que nuestras diferencias políticas terminan traduciéndose en diferencias personales. La principal responsabilidad de este proceso viene desde cierta parte de la élite política, que contamina el discurso público con peleas espurias. La ciudadanía vive su propio proceso, en el que responden a esta pelea con un rechazo a todo el elenco político.
Para quienes se dedican a la política, es difícil salirse de estas dinámicas porque hay pocos incentivos a largo plazo. Incluso quienes tuvieron la valentía de llegar a un acuerdo nacional en 2019 vieron sus esfuerzos truncados por la acción de los que se creyeron infalibles en el proceso constituyente anterior. Hoy, lo que vemos es un debate político que parte desde la mala fe, donde la idea es denostar al adversario.
El camino de salida parece algo iluso, pero no por eso menos necesario: una búsqueda de la bondad. En política, como en otros aspectos de la vida, la recompensa de corto plazo le llega al que se aprovecha de las debilidades y errores del resto. En ese triunfo individual se genera una derrota colectiva. La alternativa de ser bondadosos con quien piensa distinto y escuchar de forma sincera sus opiniones se ha vuelto símbolo de debilidad. Pero es esa mentalidad la que debemos combatir para lograr movernos del estado de crisis en que llevamos años.
A días de cumplirse 50 años del Golpe de Estado, pareciera que incluso las interpretaciones históricas de algunos políticos se han contaminado de este ánimo de revancha. De un momento a otro hemos pasado de la no justificación del quiebre democrático a un discurso que, disfrazado de ejercicio intelectual, le resta responsabilidad a actores civiles y militares en la caída del gobierno de Allende. Como si las miles de páginas de documentos desclasificados fuesen una novela de ficción, como si ganáramos algo en este intento de reducir a los actores principales del Golpe a simples espectadores. Ese mismo ánimo de revancha se ve entre quienes comparan, sin mucho rigor, al Golpe con la crisis social del 2019. Por cierto, se pueden buscar similitudes, pero manteniendo un mínimo de pudor: el quiebre democrático propiciado por las FF.AA. no es equivalente a las semanas de protestas violentas y represión de 2019. Un poco más de bondad en el análisis nos ayudaría a aprender de ambos eventos, en vez de tratar de plantear un debate fútil y sin salida.
La bondad tiene mala fama en una sociedad exitista. Además, huele a acuerdos entre amigos, a «cocina política». Pero no tiene por qué ser así. Existe un camino en que la bondad no sea simplemente un acuerdo entre élites que comparten un pasado común, sino que también una actitud en la que promovemos un diálogo a todo nivel. El aprendizaje de esta última mitad de siglo debiese ser que no es posible construir países exitosos en sociedades donde no se enfrentan sus divisiones con una cuota de buena fe y la voluntad de encontrar un camino común. Es hora de dar el ejemplo.