A veces la comprensión del tiempo es rebelde, porque cuando nuestros sesgos son más importantes que los hechos, creemos que las opiniones de las personas serán incondicionales. Nos resistimos asumir las culpas de cualquier cambio.
Algo de esto trató de reflejar J. B. Priestley en su obra de teatro ‘Ha llegado un inspector’, de 1946. Mientras una familia está celebrando un compromiso, aparece el inspector Goole, informando que se acaba de suicidar una joven y necesita formular algunas preguntas. A medida que la obra avanza, cada uno de los asistentes va revelando actos en contra esa mujer que de alguna manera han influido en el fatal desenlace. En la parte final, lo que era una muerte no lo es y quien se hacía pasar por inspector tampoco lo era. Cuando todos respiraban aliviados por lo que parecía ser una broma, la familia recibe una llamada. Les comunican el suicidio de una joven y les anticipan que un inspector va en camino. A esas alturas todos habían desnudado sus culpas.
Aunque la obra ha tenido múltiples interpretaciones, Priestley logró mostrar con elegancia las debilidades humanas, las culpas y las paradojas del tiempo. En ese comedor todos eran responsables de hechos que desencadenaron una tragedia; nadie la deseó, pero a veces los asuntos humanos tienen resultados inesperados y contrarios a nuestros propósitos.
Una imagen similar puede estar afectando a la convención constitucional. Como acaba de revelar la encuesta Espacio Público-Ipsos, los niveles de apoyo a la convención han bajado, entre otras cosas, porque no se ha cumplido con la demanda por acuerdos amplios, revelando, además, una progresiva frustración. Y es que esta encuesta, junto con otras que han aparecido estas semanas, son como el inspector Goole: simples preguntas han logrado revelar distintas culpas, aun cuando nadie en la habitación de la Convención hubiese querido poner en riesgo el proceso.
A pocas semanas de que este acabe, la respuesta a la objeción de la falta de acuerdos amplios es que la mayoría de las normas aprobadas lo han sido por un número superior a los dos tercios. Creo que ahí está parte del problema. El proceso constituyente exige un diálogo entre lo que ocurre al interior y fuera de ella. No bastan los compromisos amplios entre convencionales; es necesario que estos sobrepasen también los muros del edificio físico y virtual en el que trabajan, porque hay un plebiscito que decide el destino de todo.
Los datos, como lo hizo el inspector Goole, han golpeado la puerta de una casa donde hasta hace poco todo era fiesta, pero en la cual, luego de algunas preguntas, han comenzado a reinar la confusión y los reproches. Y, como ocurre en la obra de J. B. Priestley, nadie de los que está en ese lugar quiere recibir esa llamada final.