Los especialistas en políticas públicas están de acuerdo que para su diseño no sólo es relevante identificar lo que sabemos, es fundamental también examinar aquellos asuntos oscuros, desconocidos o de los cuales carecemos de evidencia. Omitir ese problema suele provocar desastres.
Por eso es grave que cuando disponemos de esa información, la política deliberadamente decida omitirla. Su desprecio tiene una racionalidad espuria. No es una interpretación de los hechos lo que esta en juego, es alterarlos en su favor con abuso de autoridad. Algo de eso es lo que sucede con el debate de pensiones y el cuarto retiro, donde algunos parlamentarios, como si viviesen una crisis de la mediana edad, han abandonado la responsabilidad de la adultez para tratar de recuperar una nostálgica juventud. El resultado de eso, como en la vida, suele ser decadente.
Esa nostalgia tiene como consecuencia eludir otros asuntos igualmente relevantes de la vida adulta en política. La semana pasada el Ministerio Público entregó los datos sobre la tasa de homicidios consumados para el período 2016 a 2020, donde estos aumentaron de 4.2 a 5,7 por cada cien mil habitantes, una medida utilizada por Naciones Unidas y que es relevante para evaluar la violencia en una sociedad. Los resultados del estudio arrojan otros antecedentes de interés. Ha aumentado el uso de armas de fuego, hay comunas del país donde los homicidios se incrementaron en más de un cien por ciento, la mayoría de éstos ocurre en medio de conflictos interpersonales, los migrantes son un porcentaje ínfimo de los imputados y, en el caso de las mujeres, uno de cada dos homicidios ocurre producto de violencia intrafamiliar, una cifra que acredita la vulnerabilidad de los espacios en que ellas se desenvuelven. Pocas semanas antes, se entregaron los datos del Observatorio del Narcotráfico, donde se advierte el aumento de la violencia en las cárceles, algo que está estremeciendo a América Latina en la actualidad.
En septiembre, la encuesta del Centro de Estudios Públicos mostró que los temas de seguridad son prioritarios para los chilenos, pero, además, evidenció una vez más nuestra desconfianza crónica en las instituciones y en sus relaciones interpersonales. Una sociedad donde unos les tienen miedo a otros.
Por cierto, reaccionar utilizando sólo el sistema penal es un comprobado fracaso. Buena parte de nuestro esfuerzo debería estar en construir espacios de confianza, pero eso exige abandonar la vanidad y arrogancia que se apoderó de nuestra política. Por ahora las candidaturas presidenciales han guardado completo silencio sobre este tema y siguen creyendo que la deliberación democrática consiste sólo en buscar apoyo en sus redes sociales.