Por momentos olvidamos lo que nos trajo hasta acá y que la Convención Constitucional es, en algún sentido, la representación de nuestras luces y sombras. De la pluralidad de su integración, pero también de la intolerancia que se ha apoderado de nosotros. Quienes enjuician las formas de la Convención olvidan que en ella han habitado buena parte de nuestros defectos como sociedad: esos que imputamos a los que son ajenos, porque las virtudes solemos creer que son propias o de los grupos a los que pertenecemos.
Si la Constitución debe ser la expresión de un pacto colectivo donde legitimamos instituciones, distribuimos el poder, reconocemos derechos, consensuamos los valores que deben guiar nuestro entendimiento y manifestamos la promesa de convivir pacíficamente con nuestras diferencias, entonces la discusión sobre el texto de la propuesta de nueva Constitución debería ser un acto de persuasión, de comprensión de los temores mutuos, de la sinceridad sobre los riesgos que enfrentamos y una invitación a aceptar a la democracia con todo lo que ello implica.
Pero si la campaña,en cambio, se reduce a una discusión de bar a la medianoche, a una competencia de quién encuentra más virtudes o defectos y en la cual deliberadamente buscamos humillar a un adversario, entonces la idea misma de Constitución se diluye. Un duelo de este tipo distingue entre ganadores y perdedores, y ordena la sociedad entre amigos y enemigos.
El problema de presentar las cosas de ese modo es no advertir que el proceso constituyente que se inició hace más de un año es irreversible. Porque la Constitución no es solo un grupo de normas abiertas mediante las cuales gestionamos desacuerdos jurídicos, para las que existen pautas que permiten su resolución; es también un texto donde debemos administrar discrepancias políticas y valóricas para las cuales no hay criterios de solución, salvo la opinión informada y el consenso tácito de que respetaremos las reglas luego del debate democrático.
El esfuerzo de estas semanas será persuadir, no competir ni mortificar. Los primeros pueden comprender mejor las esperanzas y temores de quienes votarán en septiembre. A los segundos sólo les importa exhibir un trofeo.