«Valpo» es la ciudad bohemia buena onda y Valparaíso aquella con poco empleo, donde los jóvenes migran para escapar de la belleza que encandila a capitalinos o viñamarinos que aman «Valpo» pero prefieren vivir en otro lado. «Valpo» es el anfiteatro de luces tintineantes, donde el porteño sube los cerros con arrojo y poesía, en casas de colores que desafían una loca geografía. En Valparaíso ese anfiteatro son barrios precarios y campamentos ubicados en zonas de riesgo, que se queman todos los años, sin servicios, ni transporte adecuado.
«Valpo» es el bastión de la nueva izquierda pura y renovada, que fascina a politólogos santiaguinos que ya reparten gobernaciones y candidaturas presidenciales. Mientras transcurren estas conversaciones de alto vuelo, los vecinos de Valparaíso le piden a su alcalde asuntos más pedestres como retirar la basura a tiempo, caminar sin pisar fecas, limpiar rayados que dejan vándalos devenidos en artistas o sacar a los traficantes de la Plaza Victoria. «Valpo» es la sede del Poder Legislativo, donde tienen lugar las cuentas presidenciales y se discuten las reforínas estructurales que cambiarán Chile. Valparaíso recibe estos honores en uno de los peores edificios públicos de la historia, cuyo entorno sigue igual que hace 20 años, con una iglesia que aún presenta daños del 27F, a diferencia de La Moneda o los Tribunales, que fueron engalanados con excelentes proyectos urbanos.
«Valpo» es el laboratorio donde los arquitectos proponemos y derribamos proyectos en apasionadas bienales donde soñamos el «Valpo que merecemos» sin que nada se concrete. Quizás aburridos con tanta retórica, los ciudadanos de Valparaíso prefieren visitar un mall que se levantó al costado del Congreso sin polémica, ya que todos los ojos estaban puestos en «Valpo», donde se libró una batalla épica por detener otro mall en un borde costero abandonado hace 15 años y coronado por una autopista elevada.
En «Valpo» la denominación de Patrimonio de la Humanidad es un tesoro que debemos mantener en un Valparaíso sin recursos, con un plan que se parece al de una ciudad fantasma debido a su bajísima densidad poblacional, con viejas casonas que se caen a pedazos, pero se protegen con normas europeas.
«Valpo» está matando a Valparaíso, porque es una utopía donde la pobreza se idealiza y adquiere ribetes patrimoniales, el deterioro se confunde con bohemia y la falta de oportunidades con poesía o cambio del modelo. En el fondo es puro urbanismo caviar y un producto del centralismo, y por eso, cuando pueda, no diga «Valpo» sino Valparaíso.