Si perder una elección no es fácil, perderla por más de 10 puntos cuando se creía que el resultado podía ser estrecho, es una verdadera paliza. Pero la derrota no es sólo de José Antonio Kast y el Partido Republicano, sino que de toda la derecha.
A pocos días de la primera vuelta, partidos, políticos, intelectuales y centros de estudio de la derecha se plegaron sin mucho pudor a la campaña de la ultraderecha, se rindieron ante el miedo que les producía un triunfo de Boric. Apostaron a vestirse con ropajes que llevaban años tratando de dejar, y perdieron en las urnas y en el discurso.
Los distintos perdedores tienen ahora distintos desafíos. Por el lado de Kast, su bancada es una colección variopinta de extremistas, racistas, misóginos, xenófobos y transfobos. Si quieren salir de su nicho, y liderar la oposición, tendrán que tomarse en serio el poder que han logrado en el Congreso.
La otra opción es la que suelen tomar las ultraderechas: doblar la apuesta, extremar el discurso, y tensionar a sus socios de la centroderecha al punto de hacerlos indistinguibles. Algo de eso hicieron en la segunda vuelta, pero la derrota del domingo puede que haga más difícil volver a convencerlos.
Por el lado de los partidos de la centroderecha, les toca recoger los escombros de una derrota doble y tratar de convencer a los votantes más moderados que no los dejaron solos. Eso es tarea difícil cuando hasta los intelectuales más moderados del sector se plegaron sonrientes al representante del pinochetismo.
Con todo, es deseable que comprendan la importancia de una derecha democrática y tolerante. Esa misma senda que abandonaron en las últimas semanas.