La semana recién pasada, al fin se conoció el acuerdo de los partidos oficialistas que busca ponerle bordes a algunas reglas de la propuesta de nueva Constitución. Luego de ires y venires, e incluso dichos contradictorios en la prensa, fue posible conocer un documento que ordena, en resumen, dónde estarían los votos de las bancadas de todos los partidos oficialistas en la discusión legislativa; esto, si la propuesta de nueva Constitución es aprobada. Lo anterior no es menor, puesto que muchas materias del texto a plebiscitar deben ser definidas por el Poder Legislativo, y saber qué votarían los partidos que tienen representación en el Congreso ayuda a clarificar y también a decidir con miras a las opciones que tendremos en frente el 4 de septiembre.
Algunos críticos del acuerdo han señalado que este sería el resultado de una “cocina”, haciendo alusión a una frase que ha buscado menospreciar las negociaciones políticas y darles una connotación negativa. Sin embargo, los protagonistas del acuerdo han reivindicado el rol de los partidos y la responsabilidad que tienen en esta materia, buscando de alguna manera mostrar que en la construcción de este compromiso está también el retorno de la política.
Si bien celebro el acuerdo y también la importancia de que los partidos políticos logren articular y mediar demandas, me temo que el retorno de la política requerirá bastante más que la capacidad de construir este pacto. Y si bien los desafíos que tiene nuestro país hacia adelante deberán ser enfrentados y resueltos por la vilipendiada política, pareciera ser que esta sigue sin avanzar en las tareas pendientes que la llevaron al lugar del descrédito. El necesario retorno de la política requiere, entre otras muchas cosas, la capacidad de construir un diálogo social profundo, que permita a su vez una adhesión ciudadana que hoy pareciera estar extraviada.
Hace algunos días atrás, en un seminario organizado por Espacio Público, la siempre lúdica Kathya Araujo señaló que vamos a entrar al tiempo de la política y que esta no se ha preparado para ello. Me parece relevante enumerar algunos de los desafíos que Araujo enarbola: 1) se debe avanzar en la construcción de acuerdos generales; 2) hay que integrar de manera profunda lo múltiple que es nuestro país, y que no convive con formas binarias de aproximarse a la discusión; 3) debemos instalar una cultura de renuncias y pérdidas para posibilitar el cambio; y, 4) asumir que los intereses de un grupo no necesariamente son comprensibles para toda la sociedad. Este último punto ha sido especialmente complejo para el mundo progresista no solo en Chile, sino que en todo el mundo; pareciera ser que el desapego con la base social ha imposibilitado el entendimiento del mundo popular, el cual ha terminado siendo invisibilizado e incluso denostado.
El acuerdo es un gran esfuerzo para este momento, pero si queremos realmente que la política retorne, la tarea sigue siendo larga.