Ronda entre algunos sectores más politizados la idea de que la Convención Constitucional está fallando en su cometido. Incluso, algunos no conformes con ocupar sus publicitadas tribunas para infundir miedo, han llamado a torpedear el proceso proponiendo una irresponsable -y peligrosa- tercera opción en el plebiscito. Ronda entre ellos el pesimismo ante un proceso que no pueden controlar ni entender, ante la tribuna que han obtenido ideas que, por años, fueron acalladas o ignoradas.
Sin embargo, la Convención, a pesar de lo que piensen los más idealistas, se está comportando como cualquier otro órgano legislativo. La evidencia sobre estos procesos muestra que existen un sinfín de acuerdos, pasos intermedios, frustraciones, plazos fatales y alianzas estratégicas. Un análisis del Congreso estadounidense realizado en 2017 muestra lo intrincado del tránsito de cada ley. En él, se muestra que hay algunas iniciativas que suelen tener un paso rápido y bastante simple, mientras otras -como el presupuesto- son objeto de intereses políticos ajenos a los temas en discusión. En el Parlamento Británico, el trabajo de Russell y Gover muestra un proceso similar, donde muchas leyes deben pasar por sucesivas interaciones antes de poder ver la luz.
Si miramos a la Convención, eso se parece mucho a lo que ha ocurrido. Ya hay más de un centenar de artículos que han pasado al borrador que deberá revisar la comisión de armonización, todo un logro en comparación a procesos costitucionales y legislativos en otros países. Es más, la gran mayoría de las medidas que generan controversia al ser aprobadas en las comisiones, terminan muriendo una vez que se votan en el Pleno. Con ello, se cumple la premisa de que los 2/3 sirven para moderar el contenido de la nueva Constitución.
Entonces, si el sistema funciona como es esperado, ¿qué lleva a tanto pesimismo? Por una parte, la culpa la tiene la misma Convención, al alzarse como una instancia no “corrompida” por las prácticas políticas tradicionales. Con ello, no asumieron que esas prácticas nacen de años de aprendizaje y costumbres. Solo ante un plazo fatal parecieran comprender la naturaleza de su misión.
Por otro lado, la literatura nos puede dar pistas. En un estudio sobre el seguimiento de los medios al Parlamento neerlandés (Van Laest et al., 2015), se comprueba que la prensa solo reporta un 10% de los proyectos en discusión, y que solo se preocupa de aquellos que generan más conflicto, aunque no lleguen a convertirse en leyes. Con esto generan una profecía autocumplida, en la que se muestran más los problemas que los acuerdos. Aplicado a la Convención, hay mucha noticia sobre las normas polémicas que salen de algunas comisiones, pero muy pocas sobre el rechazo que el Pleno hace de las mismas.
Asumiendo que los pesimistas actúan de buena fe, es importante mirar dónde podemos encontrar la fuente de su desilusión.