En su clásico libro ‘La marcha de la sinrazón’, la historiadora Barbara Tuchman describe cuatro momentos decisivos de la historia donde los gobernantes siguieron políticas contrarias a sus propios intereses, a pesar de que existían alternativas considerablemente mejores. Es tentador aplicar la tipología anterior al liderazgo que está ejerciendo José Antonio Kast en el Consejo Constitucional, porque cuesta entender su estrategia y la de los consejeros del Partido Republicano.
Luego de un resultado electoral sin precedentes en más de medio siglo, han optado por una estrategia con una alta probabilidad de terminar como principales responsables de un nuevo fracaso constitucional, sembrando dudas sobre sus capacidades de gobernar y minando sus aspiraciones presidenciales en 2025.
No es que la estrategia adoptada por Kast, quien ha afirmado esta semana que el texto propuesto por la Comisión Experta ‘no lo satisface’ y que aspira a una Constitución que incluya un número importante de enmiendas propuestas por su sector, pueda ser muy dañina para el futuro del país, al dejar pendiente, una vez más, el desafío de encontrar esa ‘casa común’. Es perfectamente posible y legítimo que a Kast y los consejeros republicanos no les interese crear una Constitución ‘que nos una’.
El punto es que existe una alternativa claramente mejor para Kast y los suyos. Esta opción consiste en ser los artífices de una propuesta constitucional con convocatoria transversal y, así, posicionarse como una opción que asegure gobernabilidad. También aumenta considerablemente las chances —algunos dirán que es el único escenario— de que se apruebe la propuesta constitucional. Creer que republicanos no tiene nada que perder si la nueva propuesta es rechazada en diciembre es ingenuo y, sin duda, una apuesta muy arriesgada.
¿Qué explica estos errores históricos? Tuchman lo describe como una ‘obstinación’ que lleva a ‘evaluar una situación usando nociones fijas preconcebidas, ignorando o rechazando cualquier signo contrario’. Los republicanos están convencidos de que lograrán mantener el tema de la Seguridad Ciudadana como la principal preocupación del electorado; también, de que los nuevos votantes que emergieron con el voto obligatorio seguirán votando mayoritariamente por la derecha. Ni siquiera consideran que, quizás, buena parte de su votación se deba a que son la nueva opción que aún no ha sido contaminada por ejercer el poder, como lo fueron la Lista del Pueblo y otros grupos de independientes en la Convención Constitucional, un pedestal del que caerían fácilmente si la ciudadanía los responsabiliza de un nuevo fracaso constitucional.
A lo anterior podemos agregar que, a partir del estallido social, la política chilena lleva varios años deparando sorpresas. Los errores de cálculo han abundado, tanto en la derecha como en la izquierda. En las negociaciones que llevaron al Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución en noviembre de 2019, los partidos de izquierda abogaron por el voto obligatorio, mientras que los de derecha querían mantener el voto voluntario. Finalmente, acordaron el voto voluntario para elegir a los convencionales y el voto obligatorio para el Plebiscito de salida. Resultó que, tanto la izquierda como la derecha, habían calculado mal. Contra todo pronóstico y desafiando una extensa literatura en ciencia política que asocia el voto obligatorio con una mayor participación de votantes de izquierda, el resultado de las últimas elecciones contradijo lo anterior. El 90 por ciento de los más de cinco millones de electores que votaron en el Plebiscito de salida sin haber votado en la segunda vuelta presidencial, nueve meses antes, optó por el Rechazo. ¿Fue un voto de derecha, un voto antisistema o alguna combinación de ambos? Quién sabe, solo el futuro dirá. ¿Habrá nuevas sorpresas electorales? Probablemente.
No cabe duda de que los republicanos no tienen el privilegio de ser el primer liderazgo cometiendo un error histórico en tiempos recientes. Ya sucedió con la mayoría de izquierda en la Convención Constitucional, que no quiso escuchar las alertas cuando comenzó a perder el apoyo ciudadano seis meses antes del Plebiscito de salida. Todavía era tiempo para enmendar el rumbo, pero tenían la convicción de que las encuestas estaban equivocadas y de que la gente apoyaría la propuesta porque, argumentaban, la mayoría de los chilenos no quería seguir con la Constitución de Pinochet y eso aseguraba el triunfo.
Hoy, las encuestas muestran un crecimiento importante del voto ‘en contra’ para el Plebiscito de diciembre, equivalente al Rechazo del 4-S. Pero Kast y sus asesores están convencidos de que su carta de triunfo será incluir temas de Seguridad Ciudadana y transformar el Plebiscito en una evaluación del Gobierno.
La principal explicación para la marcha de la sinrazón, según la autora, es persistir en posiciones erróneas, pese a las señales de alerta. Hay dos opciones para evitar estos errores, agrega. La primera es aprender del pasado para no cometer los mismos errores en situaciones parecidas. La segunda es anticipar el curso futuro de los eventos. La autora concluye que aprender del pasado está dentro de nuestras posibilidades, pero que anticiparse al futuro no. En el caso de Kast y los republicanos el desafío es mayor porque deben aprender de los errores de sus adversarios políticos, no de los errores propios. En las semanas que vienen sabremos si se guiarán por la historia reciente o por una confianza que no es más que obstinación.