Esperanza y alegría son, según el estudio “¿Cómo vemos el proceso constituyente?” (Espacio Público-Ipsos), las principales emociones que evoca este hito. Alentador, puesto que hace décadas que la política generaba cualquier cosa, salvo entusiasmo. Sin embargo, casi el 80% de las personas encuestadas declara tener poca información y un bajo esfuerzo personal por buscarla.
¿Cómo interpretar estos datos? Existe la tentación que suele volver las cosas eslóganes sin vida: “falta información”, “falta educación”; como si fueran cosas que se meten en la cabeza y magia, todo se resuelve. Pero las razones (buenas o malas) se erigen sobre la complejidad del campo del deseo. El deseo es político, no está “adentro” de las personas, sino que “entre las personas”; dicho de otro modo, la perspectiva de los otros es la que nos funda. No es lo mismo tener una voz audible, que ser un dato; o ser un ciudadano que un cliente: el deseo de reconocimiento es la base de la vida política, de otro modo nos volvemos superfluos.
La crítica a “los treinta años” -quizá injusta desde el punto de vista de los datos- es una crítica a la política reducida a ser una mera administradora de recursos; cuando la política deja de ser herramienta de transformación, queda vaciada de esperanza. Si el proceso constituyente está asociado a la alegría, es porque transforma a la política misma y con ello a la ciudadanía. La pregunta por lo que viene es, en el fondo, la pregunta por el ¿qué somos? Por lo tanto, no es extraño que sean los votantes del Rechazo los motivados por informarse, ya que su interés podría estar puesto en los aspectos técnicos del proceso, antes que en su potencia simbólica.
Es posible que el desinterés por informarse también tenga que ver con que las formas de participación que hay no reanimen a una política institucional en crisis. Uno de los problemas de esto es que la política se moraliza (y faranduliza); se espera que las figuras hagan una “representación” (tipo performance), antes que representar ideas. El estudio muestra que uno de los temores es que “sean los mismos de siempre”, y las expectativas están puestas en atributos personales más que en las ideas de los candidatos. Un ejemplo es la idea de que es la “juventud” la vigilante del proceso. La moralización impide problematizar las tensiones dentro de la misma ciudadanía que, al oponerla simplemente a la élite, es abordada como masa homogénea. Por ejemplo, el estudio muestra que las expectativas de la juventud se parecen más a las de la clase alta en sus grados de abstracción, que a las urgencias percibidas por adultos y las clases bajas.
Chile se está repolitizando. La falta de información no se resuelve sencillamente informando más. Todo indica que debemos repensar qué es participación democrática y hacernos cargo de lo transformador de la esperanza.