Columna de David Altman, Javier Sajuria y Julieta Suárez-Cao.
La reducción del Congreso que se aprobó en el Consejo Constitucional no sólo es arbitraria, sino busca mejorar la gobernabilidad y reducir la fragmentación, sin que haya evidencia que lo sustente. Bunker y Fontaine (El Mercurio, 28 septiembre 2023) presentaron su apoyo a la medida argumentando de que mejoraría una serie de problemas en el sistema chileno. Nos llama la atención la ausencia de consideraciones sobre la importancia de la democracia, la disciplina partidaria y el rol de la representación. En nuestro juicio, el afán por menos escaños pone el énfasis en el problema equivocado y genera soluciones deficientes.
En primer lugar, la fragmentación política no es un problema en sí misma. La evidencia disponible muestra que puede tener efectos deseables en la diversidad del gasto público (Autteri & Cattel, 2022), sin que signifique un aumento del mismo (De Queiroz, 2022). Asimismo, la fragmentación no es un sinónimo de falta de gobernabilidad. En Brasil, Cheibub et al. (2022) muestran que lo que aumenta la fragmentación es la baja disciplina partidaria y los incentivos a candidatos de formar sus propios emprendimientos políticos en vez de resolver diferencias de forma interna.
Es incorrecta la noción de que el número de escaños por distrito —la llamada magnitud— es una fórmula infalible para reducir la fragmentación. Usando a Brasil, Cunha da Silva (2021) demuestra que su reducción no está asociada a menos partidos. En ese sentido, Israel también aporta evidencia de que aumentar el umbral de votos disminuye la fragmentación.
En nuestra opinión, la compleja gobernabilidad del sistema se basa en factores asociados a la baja institucionalización de los partidos y a su poca capacidad de representación. Hay parlamentos con altos números de escaños que sufren menos problemas a la hora de reducir costos de coordinación, incluso con sistemas electorales distintos (ej. Reino Unido o Alemania). Asimismo, estas medidas no permiten mejorar la representación, tal como lo vimos en la época del binominal. En el fondo, las propuestas del Consejo no sirven para mejorar la calidad de nuestro sistema, sino que sólo para aumentar el botín de quienes ganan elecciones.
Un sistema de partidos eficiente no es el que tiene menos escaños ni con menor magnitud. Hoy los partidos políticos no cuentan con la confianza ciudadana ni son capaces de cumplir sus promesas. Eso lleva a que la ciudadanía los desprecie y busque reducir su influencia, incluso a costa de sus propios intereses. Un sistema de partidos institucionalizado requiere coherencia ideológica, disciplina interna y capacidad de representación. Las reformas propuestas por el Consejo no se hacen cargo de ninguna de esas áreas, sino que se basan en un preocupante ánimo anti-político, explotándolo para afectar nuestra democracia.