«A veces es necesario desviarse un largo trecho del camino para volver a recorrer una corta distancia correctamente” afirma el personaje central de La Historia del Zoológico de Albee en un largo monólogo de interpretaciones diversas. La frase anterior también describe la oportunidad que tiene Sebastián Piñera cuando regrese a La Moneda el 11 de marzo.
Porque, digámoslo con todas sus letras, el primer gobierno de Piñera pasó sin pena ni gloria. En materia económica y a pesar de haber tenido un entorno externo auspicioso, no hubo reformas que valga la pena mencionar ni que sirvan de correlato para las buenas cifras económicas de su administración. Nunca se recuperó del error garrafal de Barrancones y tuvo un mal manejo de las expectativas, pecando de arrogancia e ignorancia respecto de lo que pueden lograr los gobiernos: “en 20 días vamos a hacer lo que otros no hicieron en 20 años”, “haremos el mejor censo de la historia” y un largo etcétera.
Esta vez Piñera llega al poder con una victoria contundente en la segunda vuelta y el mejor resultado parlamentario de la centro-derecha desde el retorno de la democracia. Se ve un Piñera más contenido y menos ansioso, que escucha más y elige mejor cuándo hablar, con una campaña que supo reinventarse luego de la noche negra del 19 de noviembre.
Como regla general no es bueno que los altos cargos se repitan de un gobierno a otro. En el caso del segundo gobierno de Piñera, sin embargo, esta regla no aplica y será positivo que varios ministros se repitan el plato, algunos en los cargos que ya ocuparon, otros en cargos distintos. En efecto, durante la primera administración de centro-derecha aprendieron sobre las enormes diferencias entre las lógicas del sector privado de donde provenían y aquellas del sector público, lo cual los deja preparados para gobernar bien desde el primer día esta vez.
La centro-izquierda también tendrá una segunda oportunidad luego de las derrotas electorales de noviembre y diciembre del año pasado. Lo que no se hizo cuando Piñera derrotó a Frei el 2009, poniendo fin a dos décadas de gobiernos de la Concertación, podrá hacerse ahora. A pesar de que el agotamiento de los gobiernos de la Concertación ya era evidente hace ocho años, con mandos medios cada vez menos interesados en servir a la ciudadanía y parlamentarios cada vez más alejados de quienes decían representar, no hubo una reflexión seria al respecto y el actual gobierno hizo poco para revertir esta tendencia. De hecho, la designación de autoridades regionales a la medida de las demandas de los parlamentarios afines fue uno de los principales errores del gobierno que termina y que no se ha analizado suficientemente.
Qué tiene que ofrecer la centro-izquierda en pleno siglo XXI es una de las preguntas que debe responder ese sector ¿Qué significa ser de centro-izquierda hoy? ¿Son las dicotomías entre lo privado y lo público lo que realmente interesa a las grandes mayorías o son estas las categorías con que opera una elite cada vez menos conectada con las preocupaciones reales de los chilenos? ¿Le entregará la centro-izquierda las banderas del crecimiento y mayor eficiencia pública a la centro-derecha o será capaz de reincorporar el crecimiento como una prioridad comparable en importancia a aquella de reducir desigualdades?
Esas y muchas otras son las preguntas que debe responder la centro-izquierda en los meses y años que vienen. Será importante que resista la tentación de los análisis facilistas, basados en una que otra anécdota o interpretación voluntarista de algún dato. Podría partir por averiguar las razones del rechazo del electorado a un grupo transversal de líderes históricos del sector en las elecciones parlamentarias recientes. El episodio de la elección de los miembros del Comité Resolutivo de Asignaciones del Congreso de esta semana sugiere que este proceso aun no ha comenzado.
Mientras la centro-derecha y la centro-izquierda tienen una segunda oportunidad para hacer bien lo que hicieron mal o no hicieron en el pasado, el caso del Frente Amplio (FA) es distinto, aunque no por ello los desafíos que enfrenta son menos importantes. El FA entendió muy bien aquello de que “no hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión” e hizo una campaña inteligente que le permitió elegir 20 diputados y un senador, estando muy cerca de que su candidata presidencial pasara a la segunda vuelta.
Los desafíos mayores para el FA comienzan ahora. Una fracción no despreciable de quienes lo apoyaron en las urnas lo hizo más como protesta contra las elites partidarias tradicionales que porque adscriban a sus propuestas programáticas. ¿Serán capaces de adoptar un discurso y una acción más propositiva que les permita mantener este apoyo y sumar nuevos electores?
El FA también deberá equilibrar la frescura y mayor transparencia de su forma de hacer política con la cruda realidad de las legitimas e inevitables peleas por el poder que se producen en todo partido y coalición. Se puede, pero no será fácil. Otro desafío que enfrentan es combinar los mayores grados de democracia interna que han ostentado con las exigencias de eficiencia que debe cumplir toda organización política que quiere ser opción de gobierno. La experiencia del alcalde Sharp en Valparaíso será importante para mostrar que el FA también puede gobernar.
A diferencia de las estirpes condenadas a cien años de soledad, tanto la centro-derecha como la centro-izquierda tendrán la oportunidad para desviarse un largo trecho del camino para volver a recorrer una corta distancia correctamente. El Frente Amplio, por su parte, tiene la oportunidad de seguir abriendo nuevos caminos. El mejor escenario es que le vaya bien a las tres coaliciones, aunque basta con que al menos una acierte para que podamos ser optimistas respecto del futuro.