En casi dos años y medio del Covid en Chile, sus efectos han sido transversales, tensionando muchas de nuestras prácticas cotidianas pero también las bases de nuestra sociedad. El Covid-19 no ha terminado, aunque parezca discutirse menos que antes, y sus consecuencias siguen remeciendo la salud de la población.
De los diversos reportes recopilados por la Alianza Latinoamérica Sostenible que alertan sobre los impactos sociales y económicos de la pandemia, cabe relevar los profundos perjuicios que han padecido específicamente las mujeres. Fundado sobre las desigualdades históricas a las que se ven enfrentadas, la sociedad ha impuesto sobre ellas mayores exigencias en las labores domésticas y de cuidado, dificultando así su retorno al trabajo remunerado. Sectores laborales altamente feminizados, como el empleo doméstico y la educación, mostraron importantes tendencias a la baja durante la pandemia, resultando en la regresión de las brechas laborales entre mujeres y hombres.
Por otra parte, las cuarentenas repercutieron en un aumento de la violencia intrafamiliar, develando inseguridad que enfrentan muchas mujeres en sus propios hogares. En conjunto, según la OCDE, estas dificultades han causado un deterioro de la salud mental de las mujeres, con consecuencias aun más complejas.
Otro aspecto detectado son los efectos de la pandemia y la escasez hídrica que vive nuestro país. Especialmente en los sectores rurales, las mujeres son las principales gestoras de las soluciones ante la carencia de agua, dado el rol que desempeñan en el espacio doméstico. Esto ha significado mayores dificultades para mantener el aislamiento social y mayor presión, debido a la responsabilidad que recae sobre ellas de mantener las medidas sanitarias para sus familias y comunidades.
Pese a la relevancia y al creciente cuerpo de estudios —liderados principalmente por mujeres— estos temas no han recibido la atención que ameritan: la pandemia ha profundizado el desamparo en el que se encuentran tantas mujeres. Fortalecer la red pública de cuidados es un gran paso hacia una recuperación justa y resiliente, como también reconocer y dar cabida a los liderazgos que surgen ante la crisis hídrica. Visibilizar, reparar y prevenir las desigualdades históricas no solo en términos laborales sino de violencia física y mental hacia las mujeres es aún un desafío del que debemos hacernos cargo como sociedad.